Si hace casi 100 años no hubieran aparecido en los alrededores de Glubókoye los huertos de cerezas con una variedad única desarrollada por el agrónomo y seleccionista Boleslav Lapyr, Belarús no tendría hoy una de sus reconocibles marcas de bayas. Las cerezas se convirtieron en símbolos no sólo de todo el festival, sino también de la amistad, creciendo y multiplicándose cada año, como frutas jugosas, que tanto a los pájaros como a la gente les encanta comer. Este año, en el centro regional dan la bienvenida por decimotercera vez a los invitados que se han convertido en parientes y amigos gracias al acontecimiento que se celebra anualmente en julio. La plaza central y las calles adyacentes se convierten en plataformas de diversas búsquedas, competiciones, concursos y actuaciones de artistas aficionados.-0-
